La velocidad y sus excesos constituyen el principal factor de riesgo en nuestras carreteras. Es, además, el motivo por el que podemos ser cazados por una radar. Asociada a este factor también encontramos una consecuencia a menudo desconocida: el efecto túnel.
La conducción, una vez dominada, puede parecer una actividad sencilla. Sin embargo, detrás de ese aparente dominio al volante derivado de miles de kilómetros acumulados a nuestras espaldas se esconden procesos sensoriales y cognitivos complejos.
Para llevarlos a cabo con éxito necesitamos, entre otros requisitos, mantener unos niveles de concentración aceptables, evitando distracciones. Esta actitud preventiva, base de la llamada conducción defensiva, es uno de los mejores recursos para anticiparnos a cualquier situación que amenace a nuestro control sobre vehículo.
El amplio y variado mundo de los efectos viales
Existen una gran cantidad de efectos, a menudo bautizados con etiquetas fáciles de recordar que contribuye a su identificación. Así, en cuestión de seguridad vial, se conocen efectos tales como el elefante, pantalla, mirón, submarino o dominó.
También existen efectos cuyo comportamiento aparece reflejado en su propio nombre, como el aquaplaning. Cuando hablamos de velocidad, uno de los efectos más sutiles y comunes es el efecto túnel. Este tiene que ver con nuestra visión al volante.
¿Qué es el efecto túnel?

Una gran mayoría de los conductores es consciente y sabe que a mayor velocidad, menor es nuestra capacidad visual. Este fenómeno, que puede llegar a resultar obvio, posee una explicación sensorial y neurológica muy concreta.
El efecto túnel se explica a partir de la relación entre la velocidad y la reducción del campo visual. Antes de arrancar el vehículo, nuestra mirada controla de forma eficaz lo que ocurre en un campo de 180º.
Pero, según aumentamos la velocidad, esa zona de visión que el cerebro alcanza a presentar ante nosotros se reduce a:
- 70° al superar los 65 km/h,
- 42° al llegar a los 100 km/h,
- y 18° con una velocidad de 150 km/h.
De ahí la impresión a altas velocidades de estar recorriendo una especie de túnel en el que solo podemos ver con nitidez el final del mismo. El ojo sigue viéndolo todo, pero el cerebro no prioriza el análisis de esta señal, cerrando el foco en lo que hay justo delante.
Visión y conducción
De hecho, el efecto túnel lo hemos visto de forma exagerada y artificial muchas veces en el cine de ciencia ficción, cuando una nave espacial realiza un viaje a gran velocidad y las estrellas del firmamento se convierten en líneas continuas que huyen a los lados de la visión del piloto.
El campo de visión es uno de los parámetros más importantes que influyen en la percepción visual en carretera, pero no el único. Iluminación, nitidez, agudeza visual se combinan entre sí cuando conducimos de forma automática, pero no infalible.
En lo que se refiere al efecto túnel, provoca una vulnerabilidad lateral, aumentado, por ejemplo, el riesgo de colisión, causa del 8,8% de los accidentes en España.
Mayor probabilidad de despiste ante un radar

Las consecuencias negativas del efecto túnel no solo afectan a la seguridad vial, sino también a nuestros bolsillos. Y es que, cuanto más reducidos sean nuestro campo de visión y la agudeza visual, más probabilidades habrá de no ser conscientes de la presencia de radares.
Si a esto le sumamos la gran cantidad de cinemómetros cuya señalización se considera deficiente, tenemos un caldo de cultivo ideal para convertirnos en víctimas de un radar. Evitar estas situaciones es sencillo si contamos con un dispositivo Coyote.
Este no solo nos alerta de la presencia de radares, sino también de los límites de velocidad que rigen en cada momento. Así, contribuye a aumentar nuestra margen de acción y paliar el efecto túnel.
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