Como toda actividad que implica algún tipo de riesgo, algunas personas sufren miedos racionales o irracionales que hacen de la conducción una experiencia incómoda. A diferencia de fobias injustificadas, muchas de las que presentamos al volante tienen su razón de ser, ya que la carretera no deja de ser un medio en el que podemos encontrarnos con situaciones peligrosas, como accidentes.
En su momento ya hablamos de cómo la amaxofobia, que afecta al 22% de los conductores, es el miedo genérico a conducir. Aunque hay otros algo más específicos en la vía como la agorafobia, la acrofobia o la gefirofobia, que también nos complican la conducción. Explicamos cada uno de ellos y, lo más importante, hablamos sobre cómo se superan.
Agorafobia, miedo a los espacios abiertos
Es quizá la más conocida, ya que no implica solo a actividades como la movilidad. La agorafobia se define como la «fobia a los espacios abiertos, como plazas, avenidas, campo, etc», y tiene una importante implicación al volante.
Aunque conducimos generalmente dentro de un vehículo cerrado (habitáculo del coche, cabina del camión) en algunas ocasiones también lo hacemos al descubierto (moto o bici), con “la inmensidad del cielo cayendo a plomo sobre nosotros”.
Puede sonar drástico, quizá exagerado, pero para quien padece agorafobia la existencia de un horizonte es un motivo de agobio y estrés; y cuanta más parcela o visibilidad tengamos del cielo, más complicado resultará no sufrir un cuadro de ansiedad.
Para un agorafóbico, la visibilidad que da la luna de los vehículos puede resultar un problema de concentración al volante. Dado que para una conducción segura es importante no hacerlo distraídos, la agorafobia supone una barrera para desplazarnos con libertad.
Acrofobia, miedo a las alturas
Cogemos el coche, planificamos la ruta y conducimos unos kilómetros tranquilos, hasta que damos con una carretera que cruza por encima de la vertical de una presa. A un lado, la superficie ahora afectada por la sequía descansa a decenas de metros por debajo de nosotros, y por el otro la sima es aún más notable. Como consecuencia, nos entra miedo.
Con un nombre menos conocido que la agorafobia, la acrofobia habla sobre la «fobia a las alturas», más comúnmente llamado vértigo de la altura: sensación de inseguridad y miedo a precipitarse desde una altura o a que pueda precipitarse otra persona.
Algo similar ocurre con las carreteras de puerto, especialmente si son estrechas o carecen de quitamiedos, y hemos de conducir con nuestro vehículo muy cerca de un cortante. Conducir con este tipo de condición resulta fácil en el grueso de las carreteras, pero las mencionadas más arriba pueden dar problemas considerables, y no es algo cómodo sufrirlo.
Es importante destacar que la acrofobia, la agorafobia y la gefirofobia (explicada abajo), al igual que la cinetosis al volante, también puede darse en el acompañante o pasajeros, quienes lo pasarán mal con la pendiente.
Gefirofobia, miedo a no poder salir de un túnel o puente
El vértigo puede complicar mucho los viajes, llegando incluso a paralizarnos en un estrechamiento con un vehículo en sentido contrario, aunque también se da en puentes. Cuando ocurre esto último, el miedo puede recibir el nombre de gefirofobia, y puede incapacitarnos para cruzar una estructura como un puente e incluso un túnel.
Sin embargo, entre acrofobia y gefirofobia en puentes hay un matiz relevante: el motivo que da fruto al miedo. Mientras que en la acrofobia esta es la distancia al suelo, y el miedo a una posible caída nos inunda, en la gefirofobia actúa otro mecanismo defensivo: no poder salir del puente cuando queramos.
Puentes y túneles tienen un factor común, y es que a diferencia de muchas carreteras y calles, uno no puede salir de su estructura sin atravesarlos por completo. El miedo de quedar varados en su centro sin la posibilidad de salir es a lo que llamamos gefirofobia, y está muy relacionada con la claustrofobia (miedo a los espacios cerrados).
Los miedos circulando se pueden superar, con trabajo
Todas las fobias pueden ser tratadas por profesionales de la psicología tanto en sus síntomas (lo que ocurre cuando las sentimos) como en la activación o causas (el motivo que desencadena la fobia). Si pensamos que sufrimos de alguna de las fobias de arriba, o sospechamos que alguna condición física o psíquica nos impide conducir con normalidad, es importante acudir a un especialista.
Nosotros no lo somos, y por eso rescatamos las palabras de Ignacio Calvo, psicólogo colegiado y experto en trastornos de ansiedad y estrés, así como de la aerofobia (miedo a volar) y la amaxofobia. Como comenta en un artículo para Cinco Días (El País), esta última fobia se trata o ataca en tres niveles:
- los pensamientos anticipatorios, tratando de desterrar todos los miedos que impiden sentarse al volante;
- las técnicas que permiten controlar las reacciones fisiológicas, mediante técnicas de relajación que evitan el estrés y la tensión;
- y una programación de enfrentamiento gradual, con distintos planes de enfrentamiento a la actividad de conducir (simuladores, salidas acompañaros…).
La ansiedad, el pánico y la pérdida de control son factores clave que despiertan nuestras fobias al volante pero que podemos controlar, poco a poco y de manera sistemática (siempre de la mano de un psicólogo especializado), y gracias a herramientas que aporten seguridad y conocimiento de la vía por adelantado.
Conocer qué hay delante de nosotros en la carretera, si habrá un atasco, un accidente o un vehículo detenido en mitad de la vía, entre otros, es información actualizada que aportan navegadores como Coyote. Estos convierten conducir en una actividad más segura y menos estresante, que muchos conductores encuentran como un alivio.
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